jueves, 28 de enero de 2010

Lo peor de todo

Esta mañana ha sido una buena mañana.

Podía levantarme un poco más tarde, pero me he levantado a la hora de siempre. No me importa madrugar. Hacía mucho frío y he llegado con la manos rojas al metro. Tan rojas como mis zapatos, o más que mi corazón. Para llegar a mi destino tenía que coger el metro, unas ocho paradas. Genial. Me daría tiempo a terminar las últimas diez páginas del libro que me estaba leyendo. Me ha encantado. Y tenía ganas de terminarlo y no. Después he empezado otro que me habían regalado en Navidad.

No me esperaba gran cosa tras las ocho paradas de metro. A la salida estaba el reluciente sol de invierno que tiene esa luz más blanca que amarilla, no tendría que estar en la oficina desde primera hora y además tendría tiempo para leer y dejar de pensar en mis cosas, que me están volviendo loca.

Un viaje de vuelta en metro de otras ocho paradas, más o menos, y 20 minutos de autobús culminan la mañana. Podría seguir leyendo. Podría seguir sin pensar. Perfecto.

Pero ahora mi destino es el lugar donde paso la mayor parte de mi tiempo. Y donde no paro de pensar. Y vuelvo a estar como siempre. Como siempre últimamente. Y a la mierda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Lo peor de todo ..., es no poder apreciar la música, los libros, el color del sol en un día de invierno, los amigos,... tantas cosas.

Anónimo dijo...

¿No me había importado --- más que mi vida? ¿Podía yo entonces concebir mi persona sin que continuara mi amor por ---? Ahora bien, ya no la amaba, era no el ser que la amó, sino otro diferente que no la amaba, había dejado de amarla cuando pasé a ser otro. .... Y, sin embargo, ¡qué poco me importaba ahora no amarla ya!